Hasta hace poco, a las mujeres no se les dejaba estudiar, ni votar, etc. Después se iba diciendo que eran inferiores, un poco tontas, etc.
En los últimos años las cosas han cambiado bastante, aunque no lo suficiente, desde luego. Muchas mujeres tienen formaciones excelentes (este foro da un buen testimonio de ello), desde luego las mujeres pueden votar desde hace tiempo, etc.
Esto se ha traducido, también, en un mayor empoderamiento de la mujer a la hora de las conversaciones mixtas. En las áreas en las que ellas son expertas, no se dejan pisar: opinan con la misma fuerza que cualquiera y, si tienen que ganar la conversación, la ganan, aunque haya hombres presentes.
Sin embargo...
Sin embargo, en otras conversaciones, muchas veces banales, en las que intervienen hombres y mujeres, sigue pasando, en determinados ámbitos (este es un terreno tremendamente pantanoso, en el que nunca conviene generalizar), que los hombres se posicionan como si tuviesen la última palabra. Pongamos el fútbol (aunque cada vez haya más mujeres futboleras, algo que no se sabe si es bueno o malo), o el cine, o la gastronomía, o la historia: si no es un área de conocimiento explícito de esa mujer (por ejemplo porque ella ha estudiado explícitamente eso), es fácil que salga un hombre y actúe con una condescendencia implícita, ancestral, de la que no es consciente como condescendencia. Él «sabe», «conoce la respuesta», y ella se cansa, duda, siente que no está segura, que en realidad no sabe, que no le vale la pena discutir. Él se reafirma, queda como el que sabe, más allá de que ella acepte o no, en su fuero interno, que él sepa más o no. Lo que se escenifica, una y otra vez, es que él es el que sabe, el que dictamina, el que instruye, etc. Por abandono del oponente, pero es así.
Es un micromachismo más, aceptado por todos (en determinados ámbitos, insisto), como natural, incluso entre mujeres que, en otros aspectos, están perfectamente empoderadas. Ellos creen que saben de todo, y ellas, pues bueno, no vale la pena discutir.
Aquí aparece Google como amigo de las mujeres. Podéis probarlo en casa. Cada vez que en una conversación banal aparezca un hombre que pretende saber y tengáis dudas, mirad la respuesta en Google (ya sé que Google muchas veces trae respuestas incorrectas: no estoy hablando de eso). Os llevaréis una sorpresa. Muchas veces, muchas más de las que podéis sospechar, os encontraréis con lo siguiente: lo que ha dicho el hombre que pretendía saber es directamente erróneo, y lo que ha dicho, quizás tímidamente, la mujer, es lo correcto. El hombre estaba convencido, realmente convencido, de que conocía la respuesta al problema, y ella, probablemente, estaba a punto de pensar: «ya me he vuelto a equivocar, una vez más». Pues no. Él se había inventado la respuesta, pero sin darse cuenta: creía realmente en la verdad de su invento.
Podéis probarlo en casa, pero no es inofensivo. El narcisismo de los varones queda un poco dañado, pero de entrada es bueno, porque empodera a las mujeres. Y además, termina siendo muy educativo para los dos sexos (suponiendo que haya dos): al final, al hombre también le viene bien que lo desapeen de ese caballito blanco. Ahí se da cuenta de que era cómplice involuntario de una opresión que ni sospechaba.