[En un foro de internet, alguien presenta un programa de radio para «emprendedores». Uno de los participantes, que es data scientist y especialista en sesgos («Ricardo»), advierte de que por cada emprendimiento que resulta exitoso hay cientos de otros que no llegan a buen término, y sugiere que quizás sería adecuado enfatizar y estudiar la historia de esos fracasos, para poder aprender también de ellos — JMB].
Completamente de acuerdo con Ricardo. La cantidad de personas que, espoleadas por las historias de éxitos, se comprometen a emprender sin tener ni idea de cómo hacerlo, ni tampoco una idea clara de plan de negocio, ni cualidades para ser emprendedor (que a lo mejor habrá que tener alguna), es impresionante. Una gran mayoría tendrán que cerrar su empresa en menos de un año, llevándose por delante, quizás, los ahorros de toda una vida, alguna relación de amistad o familiar, o, a veces, cuando se ha hecho apostar «por el niño» a la familia, la fortuna de los padres.
A nivel estadístico, a nivel de las probabilidades que tienes de que te salgan las cosas bien, empujar a la ciudadanía a que emprenda es una pura y simple estafa, un error moral, una recomendación pésima.
Emprender no es fácil, ni es para cualquiera, ni se puede hacer sólo con intuición o con cuatro ideas. Muchos de los jóvenes emprendedores que han montado startups que funcionan son hijos de la gran burguesía que han estudiado en Esade, o en IESE, o en cualquier otra escuela de negocios, aparte de haber respirado en casa, desde siempre, una familiaridad con el dinero y con los negocios, algo que no se regala en los quioscos.
Ahora podréis venir con cualquier contraejemplo de una persona concreta que no sabía nada ni había nacido en determinada familia y, sin embargo, le fue muy bien. Claro que existen, eso es innegable. No estoy hablando de ellos. Hablo de la enorme cantidad de gente que ve su vida estropeada por un estímulo irresponsable a un «emprendimiento» del que sólo se cuentan las virtudes.
Y no es que después se aprenda de los errores. En algunos casos sí, pero son los menos. En muchísimos casos, la persona queda tan quemada por la experiencia, que no lo vuelve a intentar nunca más. Eso si no queda con unas deudas terribles, o si no ha estropeado por completo una relación familiar. Entonces ya no es que no quiera, es que, simplemente, no puede.Después tenemos que atenderlos nosotros, los que nos encargamos de la salud mental, y hacernos cargo de sus heridas, de su malestar, de su ruina, de sus cicatrices.
Hay muchísima gente adulta, perfectamente válida y con buenas capacidades (ahora se diría «competencias»), que no sabe, simplemente no sabe, manejarse con el dinero. Las tarjetas revolving, está más que claro, son el timo de la estampita, son usura, y sin embargo la gente las utiliza a mansalva. ¿Le pedimos a una persona que tiene unas cuantas revolving que «emprenda», para que «se realice»? ¿En serio?
La contabilidad de una empresa no tiene nada, pero nada, que ver con la de un autónomo. Mucha gente no entenderá jamás cómo funciona. Pero, sin una comprensión mínima de cómo funciona, no es posible tener el control de la propia empresa. He conocido a más de una persona perseguida por Hacienda por no entender bien los intríngulis de los números empresariales. Al final, ruina para toda la familia.
No todo el mundo puede, ni todo el mundo va a poder, ni es para todo el mundo. Más bien es para una pequeña minoría.
Y, si es para una pequeña minoría, habría que preguntarse qué estamos haciendo, como cultura, repitiendo una y otra vez que es el camino al éxito, mostrando una y otra vez a personas aparentemente felices, o realizadas, o millonarias, o todo a la vez, porque han emprendido.
Volver locas a las personas: eso es lo que estamos haciendo. Hasta que no diseñemos un mundo en el que las personas que no se llevan bien con las cuentas, que no entienden cómo funciona el dinero (del todo, no hay nadie que lo entienda, eso es obvio), que no pueden «emprender», sean ciudadanos de primera categoría, habremos fracasado como cultura.
Cuidado, entonces, con las alegrías desmesuradas con el «emprender»: estamos empujando a mucha gente a un abismo con el que, después, no querremos tener nada que ver. Pero ellos ya estarán dentro.