[Contribución a un hilo iniciado por «Andreu» en un cierto foro. El tema original se refería a la inminencia de una tormenta solar, y su efecto sobre los distintos tipo de memoria informática. De ahí se pasó al problema de las copias de seguridad (backups) y su poca o nula fiabilidad a largo plazo, al hecho de que los formatos más antiguos de almacenamiento, así como los formatos más antiguos de los ficheros, se van convirtiendo, con el tiempo, en ilegibles, y a la perspectiva paradójica de que, dentro de unos años, se pueda llegar a haber perdido un porcentaje tremendo de lo que estamos haciendo en este momento, mientras que lo que estaban hacíendo nuestros ancestros, que quedaba plasmado, en ese momento, en papel, o en algún medio anterior, se habrá conservado mucho mejor. Aparecen referencias a los antiquísimos manuscritos del Mar Muerto, así como imágenes de un posible Gran Olvido Digital (aunque no con ese nombre). Nuestra contribución, como comprobará el lector que tenga la paciencia de examinarla por completo, toma estas cuestiones como punto de partida, de modo que, al principio, puede parecer muy técnica, pero abordará después, en conexión asociativa, problemáticas mucho más abiertas. — JMB].
Completamente de acuerdo con Andreu. Los que crecimos con el advenimiento de Internet ya hemos visto demasiadas promesas incumplidas como para conservar mucho optimismo.
Casi todas las promesas detrás de las que hemos corrido como locos no eran, en realidad, más que viles señuelos.
«Créate una identidad digital», nos decían, «te haces un perfil en X, otro en Y, otro en Z, después una web personal, donde usas los recursos de X, Y y Z, y ¡a gozar de tu identidad digital!».
Bueno, pues no funciona, es una pérdida de tiempo monumental, una gigantesca estafa. Al cabo de unos años, X, Y y Z o bien ya no existirán, o bien habrán caído en la más espantosa de las irrelevancias. Un buen ejemplo es Flickr. Cuando empecé a usarlo, alrededor de 2007, era una red social potentísima: publicabas tus fotos, las metías en los grupos pertinentes, y tenías un feedback de primera. Yo lo utilicé con Second Life, y había un sentido de comunidad impresionante.
Quince años después, Flickr se ha convertido en un lugar mortalmente aburrido. Hay fotos con cientos de favoritos y ni un solo comentario (¿qué idea de red social es esa?). El sentido de comunidad, por lo general, ha desaparecido. Y la web ha caído en la irrelevancia, además: la gente más joven ni sabe qué es, Flickr.
«Hazte conocer en X, ahí es donde se corta el bacalao». Yo lo hice: mi avatar de Second Life era muy reconocido, tenía, realmente, bastante prestigio: había hecho cosas francamente chulas, y contribuído en gran medida a la comunidad. Los avatares nos reuníamos en Google Plus, porque La Red Antisocial™, Facebook, ahora conocida como Meta, tenía la manía de cargarse las cuentas de los avatares, ya que afirmaba sólo querer Real People (también ™), como por ejemplo todos esos bots que influyeron en las elecciones americanas y ayudaron a la elección de Trump y al declive de la ya muy maltrecha democracia de ese país, en vez de aceptar a gente disfrazada, con seudónimos o heterónimos o con sexualidades raritas, un poco queer, que siempre son un poco asquerosillos, en definitiva gente de mal vivir.
Google Plus, claro está, se fue al garete, y se terminó el lugar de reunión de los avatares. Ahora la comunidad se ha fragmentado en muchos subgrupos, en Discord, en MeWe, etc., y ya no es ninguna comunidad.
Quizás sería mucho mejor, entonces, hacerse, uno mismo, una web personal. Pero, claro, eso no es nada fácil. Hoy día, hacerse una web de un cierto tamaño ya no se puede hacer a pelo, editando el HTML a mano (y eso tampoco es, precisamente, para los pusilánimes). Hace falta algún framework, aunque sea sencillito, como Bootstrap, lo que requiere de un cierto javascript (cosa que es, ya de paso, una monstruosidad: ¿por qué narices para visualizar una página tengo que permitir la ejecución en mi máquina de código remoto?). Programar una web con Bootstrap es medianamente complicado, hay que aprender cómo se hacen los menús, etc.
Además, hacer una web no es para todo el mundo. La mayoría de la gente hace unas webs horrorosas, en las que no puedes encontrar la información que buscas ni harto de vino. Eso sí, son mobile-first, responsive, assistive, y sobre todo, muy muy muy trendy, con unas imágenes que se caga la burra, que además se mueven todas, y te hacen virtualmente imposible encontrar el poco texto, por lo demás bastante inútil, y que casi no destaca sobre el fondo. Una lástima.
But I disgress... Como decía, hacer una web no es para todo el mundo. Claro, si tienes más de unas pocas páginas, necesitas generarlas con un programa; sino, actualizarlas todas a la vez y conservar su coherencia se convierte en un infierno. Para esto necesitas otro framework, que en general suele ser él mismo bastante pesado, o bien hacerte las cosas tú mismo, pero para eso tienes que desempolvar el venerable protocolo CGI, que está pésimamente documentado, y que además los servidores mainstream, como Apache, implementan de aquella manera, con sus propias modificaciones, seguramente muy necesarias pero documentadas no se sabe muy bien dónde.
Item más. Si quieres mostrar ciertas cosas, necesitarás una base de datos de respaldo. SQLite es de lo más fiable que existe, es lightweght, es estupendo para la mayoría de las webs, donde los datos se actualizan poco y se leen muchísimo, y tiene interfaces para todo. Pero hay que saber programar bases de datos (no es nada fácil lo de ser un DBA), conocer los bindings con el lenguaje que estás utilizando, ver si incluyen el nivel de SQLite que necesitas (¿los bindings para tu lenguaje incluyen soporte para FT5 o sólo para FT4?), programar el acceso, etcétera.
Además, tampoco es que puedes dedicar el esfuerzo que sea para hacer una web y después despreocuparte. No, los estándares van cambiando. Una web antigua ya casi no se puede leer, porque las pantallas han crecido mucho; ahora hay que programar en mobile-first, porque más de la mitad de los accesos van a ser desde el móvil; las imágenes, claro está, que sean responsive; no descuides la tecnología asistiva... Tener una web hecha por uno mismo, en cierto modo, es como un sacerdocio, hay que tener vocación y hacer muchos sacrificios, y es algo para toda la vida.
De este modo, el ciudadano normal está vendido. Nunca dominará Apache, Bootstrap, CGI, SQLite y un lenguaje de programación (o cualquier conjunto equivalente de tecnologías) y además será capaz de integrar todo eso y hacer con ello una web. Es absolutamente imposible.
Entonces decidirá publicar sus cosas en jardines vallados que son verdaderos horrores, cámaras de resonancia abyectas, moral y políticamente repulsivas, y que están contribuyendo a destrozar a gran velocidad nuestra cultura, nuestra democracia y nuestra civilización, como Facebook, perdón, Meta. No se dará cuenta de que, como comenta muy bien Andreu, en pocos años esa información desaparecerá (o sólo la podremos bajar en un XML tan abstruso y pesado que no nos va a servir para nada).
O se hará una web con Wix, que le quedará muy moderna, pero le pedirá un dineral recurrente, le estropeará los settings, de Google Workspace si tiene ese producto en su dominio de internet, y le asignará unas URLs horrendas basadas en UUIDs para algunas de las páginas.
No existe lo que pretenden ofrecer estos vendedores de humo, verdaderos delincuentes y demagogos, que juegan con la ilusión de las personas. No existe un sistema por el que cualquiera puede hacerse una web. Una web hecha por cualquiera será, con casi absoluta seguridad, una verdadera porquería. Una internet llena de porquerías, eso es lo que contribuye a hacer Wix, como tantos otros proveedores que venden productos similares. Basura muy trendy, eso si. Ahora el trend es la basura. Vamos bien, vamos bien.
Pero es que, además, para acompañar a la destrucción ineluctable de las webs donde en su momento, absolutamente, «había que estar»; a la degradación de la socialidad y la democracia producida por Facebook, Twitter, etc.; a la degradación del attention span producida por Tik-Tok o los shorts de YouTube; a la proliferación antiestética de webs muy monas pero pésimamente hechas, que parece ir en paralelo a esos cuerpos de gimnasio, también pretendidamente muy monos, pero que no expresan nada, como esta familia de auténticos monstruos de feria apellidada Kardashian; en parelelo a todo esto, decía, acompañando a este bit rot que, como vemos, no es sólo bit rot sino también mind rot y sociality rot y politics rot, está aconteciendo una degradación general de los servicios que se nos prestan.
Desde que los bancos descubrieron, con la pandemia, que la gente está dispuesta a hacer casi casi todo por teléfono o con cita previa, ¡hala!, pues todo por teléfono o con cita previa, y a cerrar oficinas. Todos los bancos se están convirtiendo en Bankinter. Pero entonces, Bankinter, para seguir siendo diferente, se está convirtiendo en El Horror (los otros bancos, de todos modos, no le estan yendo muy a la zaga). Ahora es normal que el IPAB, el Imbécil Personalizado Asignado por su Banco, te pregunte algo, se lo digas, y después te vuelva a preguntar exactamente lo mismo cien veces (no os aburriré con unos ejemplos que con seguridad también habéis vivido vosotros). Se ve que no les dejan tener una libretita y todavía no les ha llegado el presupuesto para el CRM. O bien (sospecho que se trata de eso) contratan a gente que es incapaz de usar una libretita o un CRM. Deben ser personas que han nacido sin disco duro, probablemente les salgan mucho más baratas.
Las aplicaciones son cada vez peores. El otro día el banco me pidió «actualizar» mis datos para cumplir con la ley de prevención de blanqueo de capitales. Mis datos estaban perfectamente bien, muchas gracias: no había nada que «actualizar», que en mi diccionario quiere decir modificar algo para hacerlo actual. No puedo entender por qué me piden que modifique algo que no tiene que ser modificado, me vuelve un poco loco el asunto.
No nos damos mucha cuenta, pero están atentando contra la estructura del lenguaje mismo. Parece que tenemos que aceptar, sin quejarnos, sin protestar de ningún modo, que «actualizar» ya no quiere decir lo que pensábamos que quiere decir.
Y si nos quejamos, pues somos unos tiquismiquis, o unos exaltados. ¿Por qué, a ver, por qué, nos tiene que importar que se carguen las significaciones del lenguaje? ¿No es un precio aceptable a pagar para poder tener la banca en casa? (Spoiler: a mí me parece que no).
Después de a por el lenguaje, van a por nuestro cuerpo, a por nuestra ontologia misma. «La huella no coincide», nos dice el móvil. ¡Pero si es mi huella!. Ahora mi huella ya no es mi huella, sino lo que diga mi móvil. Y así sucesivamente.
O el otro día (ya termino), que me compre un móvil nuevo, un Samsung, por Amazon. Pruebo el Samsung Pay y parece creer que estoy en Alemania; no puedo cambiarlo. Pruebo el Google Pay y funciona estupendamente. Pero Google Pay sólo me va con Bankinter, no con Sabadell, que sí que va con Samsung Pay (todo este lío, todo hay que decirlo, es para volverse completamente loco). Como han abierto un Samsung Megastore en el Portal del Ángel, cerca de la Plaza Catalunya, me acerco. «Oh, claro, es que Usted ha comprado, sin darse cuenta, por Amazon, un móvil extranjero. No se preocupe; las devoluciones de Amazon funcionan estupendamente; lo devuelve, y después viene aquí (¡claro!), y compra uno que vaya en español, y le funcionará estupendamente el Samsung Pay».
Fabuloso. Excepto por unos cuantos pequeños detalles. (1) Montar un móvil me lleva toda la tarde. Devolver el de Amazon significa volver a montar el antiguo, pedir uno nuevo, y después montarlo. Ya he invertido una tarde, no estoy dispuesto, bajo ningún concepto, a invertir dos más. (2) Si Amazon vende algo, tiene que ser legal y del país (o estar marcado, si no es del país, con unos warnings de caballo, que no te permitan equivocarse). Y si no es legal y del país, no lo tiene que poder vender. Y si de todos modos lo vende, le tendría que caer un puro tremendo (¿para qué está, sinó, el famoso «regulador»?). Lo que no puede ser es que el consumidor compre algo y le digan que ha comprado mal, que se ha equivocado con su compra. Lo peor es que (3) me informan que estas restricciones de Samsung Pay son, por lo visto, «por mi seguridad». Yo les explico (es muy sencillo de ver, a mi entender) que si Google Pay funciona y Samsung Pay no funciona no es que Samsung Pay me esté protegiendo sino que Samsung Pay tiene un problema, que está, simplemente, mal hecho. Añado que soy programador y uno de los jóvenes que me atiende me dice: «Sí, claro, yo también soy programador», con una cierta sorna y un poco de retintín; y es que a partir de una cierta edad, y si tienes el pelo blanco, ya se sabe, lo que vas a decir serán chorradas, un principio de Alzheimer y todo eso, es para tomarte a broma.
O sea que no es que Samsung esté dando un mal servicio y que tendrían que estar agradecidos de que alguien se desplace desde su casa hasta el Megastore para explicárselo, para poder mejorar ese servicio. El cliente ya no tiene más siempre la razón. Su opinión, (como es mi caso, pues resulta que sí que soy programador) ya no importa un bledo. Soy yo que he comprado mal, y ellos me explican el truqui para que no me pase eso, para comprar bien, ahora comprar bien tiene truqui pero no te preocupes, en la vida civil —que sin saber muy bien cómo se ha gamificado de repente— siempre encontraremos alguien que nos explique los truquis.
En resumen, que la radiación, por desgracia, querido Andreu, parece estar tocando muchas más cosas que a los sistemas de backup.
No hay sistema fiable de copia a largo plazo, es cierto; los formatos de los ficheros los vuelven, a la larga, obsoletos, es también cierto. Pero, además, la identidad digital es una verdadera estafa; hacerse una web en casa es imposible, para el ciudadano medio; las webs sociales más utilizadas son responsables directas de una degradación espantosa de la vida civil y de la democracia; los sistemas populares para hacerse webs son un horror estético y un sistema de promoción de basura; webs como Instagram promocionan seres vacíos y estúpidos, pero eso sí (o al menos se pretende), muy monos; nuestro attention span se está reduciendo al de un pajarillo; los bancos (y después vendrán todos los demás) empiezan a maltratar horriblemente a sus clientes; las aplicaciones son enloquecedoras, atacan nuestro lenguaje, nuestro cuerpo mismo, nuestra ontología; si nos quejamos, somos puñeteros, o exaltados, o las dos cosas; la vida se ha convertido en un juego macabro donde las cosas normales, sin que sepas por qué, a lo mejor las estás haciendo mal, pero hay truquitos, como en todos los juegos, ¡apréndelos todos y gana!...
Ya escucho a algunos que hace rato que piensan que soy un «pesimista» o un «exagerado», que «no hay para tanto», que, a fin de cuentas, la Humanidad también está haciendo cosas grandes, «¡Mira, mira el James Webb!, ¿No es alucinante?», ¡shiny!, ¡shiny!.
Os escucho. Y a vosotros, especialmente a vosotros, os digo: sois, seréis, estáis siendo, los responsables de lo que se nos viene encima, y mucho más rápido de lo que creíamos, además. Porque los que dudáis, los que pensáis que no hay para tanto, los que negáis que el tema se está poniendo peliagudo, sois los que aceptáis que nos sigan machacando cada vez más. Sois la mayoría, y sois los responsables de lo que está pasando, por omisión. Omisión de oponerse, omisión de la queja, omisión de la crítica, omisión de ser capaces de luchar por un mundo mejor, o al menos por un mundo que no empeore tan rápido.
Si no nos damos cuenta de que la situación es de extrema gravedad, el colapso está garantizado. Pero mirad qué está pasando con el posibilismo. «¿Quemar carbón? Está mal, claro; pero es que con este Putin... ¿Qué quieres que hagamos?». Y así sucesivamente, mientras todo a nuestro alrededor se va, a toda velocidad, al garete.
Mientras tanto, las carreteras en UK se funden, los puentes hay que envolverlos en papel de plata (¡qué cosa tan surrealista!) y los países «frugales» están descubriendo que, como titulaba el otro día La Vanguardia, «No eramos vagos, era el calor», con un maravilloso título de Isabel Gómez Melenchón.
Pero sobre el cambio climático, sobre el problema ecológico, también hay negacionistas.
O sobre el problema de la superpoblación. En ese terreno hay muchos: la solución es tener tantos hijitos como queramos y mandarlos a Marte. Ya verás qué bien.
Si nos organizásemos, quizás, sólo quizás, podríamos hacer algo. Pero no tiene ninguna pinta de que vayamos a hacer nada. Total, por lo que digan unos pesimistas...