Esto de operar, vamos a dejarlo


Publicado el 24 de abril de 2025.
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A finales de 1987, y durante casi dos años, estuve trabajando en Bonn, llevando el nodo central de la red EARN en Alemania; la red EARN era una de las antecesoras de Internet. Cada tanto, charlaba un ratito por teléfono con mis padres (en esa época, no había teléfonos móviles, y las comunicaciones eran más raras, y mucho más costosas). En una ocasión, les comenté que, cuando miraba una pared blanca, parecía ver moscas. Ahora sé que esas manchas se llaman miodesopsias, que se trata de acumulaciones de colágeno en el humor vítreo, y que, en la mayoría de los casos, más allá de resultar un poco molestas, son normales y resultan completamente inofensivas. En esa época, sin embargo, ignoraba todo eso, y mis padres (que, todo hay que decirlo, eran de lo más aprensivo) parece que se asustaron bastante, de modo que, al poco, tenía ya programada una cita médica, con un médico de la mutua, para las vacaciones de Navidad, en las que tenía planificada una visita a Barcelona.

La consulta del oftalmólogo (creo recordar que estaba por la Vía Augusta, encima de la Plaza Molina) estaba atestada; en esa época, todo el mundo fumaba en las consultas médicas y, con la ansiedad, los ceniceros, pues estaban a rebosar. Después de esperar un buen rato, me atendió el médico. «¡Dígame qué le pasa, Sr. mío!» — «Pues, verá, Doctor: soy informático, y...» — «¡No me diga más! ¡No me diga más! ¡Mire aquí!» (se saca del bolsillo, visto y no visto, y con gran pericia, como si fuese algo a lo que está muy acostumbrado, un palito; es parecido a los que te ponen en la boca cuando te hacen decir ¡ahhhh!, pero en este caso puede discernirse, en la punta, el dibujo de un conejo). «¡Mire aqui! ¡Mire el conejito! ¡Mire el conejito! ¡Más cerca! ¡Mire el conejito!... Sr. mío, usted... ¡es bizco!» (lo dice de un modo muy enfático), «¡Hay que operar! Ahora casi no se le nota, claro; pero, con la edad, esto va a ir a peor, a-pe-or, pero muy a peor, hasta que, cuando Ud. sea mayor, va a tener un ojo pacá y el otro pallá.» (hace unos gestos amplios con los brazos, como para representar una tremenda divergencia). «Hay que operar. Operar, sísísísísí. Bueno. Pase por aquí, que mi compañero le va a mirar la graduación».

Yo, me imagino que se comprenderá perfectamente, había quedado fuera de combate del todo, y no encontraba la manera, por más que lo intentase, de articular palabra. Me pasaron, pues, con el especialista, que, sin mediar otro intercambio, me instaló en las narices una montura especial, y empezó a ponerme y a quitarme lentes, mientras me hacía intentar adivinar unas letras sin sentido, proyectadas sobre una pantalla: «¿Mejor?», «¿Peor?», «¿Mejor?», «¿Peor?», «¿Y ahora?», «¿Mejor?» (etcétera).

Cuando el técnico consideró que ya era suficiente, me enviaron de vuelta con el doctor. «Bueno, ¡ja, ja, ja!, ¿qué tal?, ¿cómo le ha ido con el técnico?» — «Ah... Bien, doctor, claro, sí; pero, verá usted, es que yo, en realidad, había venido porque veo moscas.» — «¿Moscas? ¡Pero, hombre! ¿Por qué no me lo ha dicho?» — «Ah, eh... Verá... Es que yo...» — «Pero, bueno; en fin; lo de las moscas, pues mire: si no se ha quedado ya ciego del todo, es que no le va a pasar nada, ¡ja, ja, ja, ja, ja! Bueno, como le decía, hay que operar, sí señor, operar, o-pe-rar. Y es que estas cosas, si no se cuidan... Mire, le voy a dar hora para dentro de una semana; ahora le voy a dar una receta para que se haga unas pruebas, y...» — «Pe-pé, pero, pe-pé, pe-pe-pe-perdone, doctor, pero dentro de una semana no va a poder ser, ¿eh? Es que...» — «¿No va a poder ser? ¿Y por qué?» — «Porque trabajo en Alemania, y...» — «¡Ah! ¡Alemania! ¡Ja, ja, ja! ¡Alemania! Y qué, ¿qué tal, las chicas alemanas? ¿Eh? ¿Eh? ¡Ja, ja, ja!» (creí percibir un rápido guiño, y sentí a la vez como si me estuviesen dando un codazo) — «Bueno, yo, la verdad, es que, las alemanas, qué quiere que le diga, pues es como abrir la nevera por la puerta del congelador.» (los lectores más avisados habrán inferido que no estaba yo teniendo lo que se llama precisamente una buena experiencia, en Alemania). — «¡Noooo, nooooo! ¡No, hombre, no! Al principio parecen frías, claro que sí; pero, ya verá, ya verá: después, cuando se las conoce, son muy compañeras».

Yo, la verdad, estaba absolutamente atónito. Había ido al médico más por complacer a mis padres que por cualquier otra cosa, y ahora me encontraba con la profecía, al parecer ineludible, de un estrabismo catastrófico y, además, estaba siendo sometido a un tercer grado respecto a la naturaleza de la sección teutona de mis catexias libidinales. El oftalmólogo, por su parte, exhibía un estado de ánimo francamente expansivo: la perspectiva de una operación casi inminente, así como la rememoración, sin duda alguna estimulada por nuestra conversación, de alguna de sus amigas alemanas, de esas «muy compañeras», parecían haberle conferido un humor excelente.

«¿Y qué hace Ud. en Alemania, Sr. mío, si es que puede saberse?» — «Claro que puede saberse, doctor. Mire: yo trabajo, precisamente, para una empresa alemana, la Gesellschaft für Mathematik und Datenverarbeitung.» — «¡Ah, caray! ¿Y eso que es?» — «Pues verá, doctor: es la segunda empresa semi-publica de investigación más importante del país.» — «¿Y qué dice que hace Ud. ahí?» — «Pues llevo el nodo central de la red EARN en Alemania, y...» — «Y esto de la red EARN, ¿qué es?» — «Bueno, es un acrónimo de European Academic and Research Network; es una red informática interuniversitaria, de investigación, paneuropea, que forma parte de una red más amplia, de alcance mundial, y...» — (Me interrumpe una vez más). «Bue-no-bue-no, bueno-bueno, Sr. mío. Mire, ¿sabe qué?: como veo que es Ud. una persona inteligente, esto de operar, vamos a dejarlo».

Así, tal cual, me pasó. Palabrita del niño Jesús. No he añadido ni quitado nada.

¿La morale de cette histoire? Que a los pobres, a los ignorantes; a los desposeídos; a los que tienen poco, a los que no les llega, a los que no pueden quejarse, y a los que con casi total seguridad no se van a quejar; que a todos esos, además de lo que ya les pasa, como si fuese poco, se les tiran además encima todas las desgracias. Hasta se intenta operarles cuando no les hace ninguna falta.

No es agradable, claro que no. Pero es mejor saberlo.


Josep Maria


P.S. Estoy a punto de cumplir sesenta y cinco años, y estoy igual de bizco que entonces. Lo que equivale a decir: absolutamente nada.


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